Fíjense ustedes que, cada tres años más o menos le escribo a esta mujer para en pocas líneas expresar, cuando menos -espero- admiración. No le escribo a su belleza física, no sabría cómo luce, no lo revela y está bien -me defiendo. Le escribo para saber de su arte -me sigo defendiendo. Torpe escribiré en otros idiomas, los suyos.
Sí nos revela en dónde está, alguna vez nos alertó de actividades suyas, siempre muy dignas de mucho valor, persiguiendo su rollo.
No está perdido el tiempo ni vacíos los espacios, no es vano el pensamiento. En el pasar de los años siempre hay una respuesta; ahora más grande ella -y cómo no iba a serlo, cómo no iba a serlo ella- ahora más grande, sigue respondiendo.
En unos años más he de visitar su ciudad.
¡Que temor me da su ciudad!
¡Que grande es!
¡Que magia!
En tres años más, recién llegado, escribiré, claro está.
Preguntaré, de plano, por el mejor café.
Atienda ella o no, en tres años más verá usted aquí esa postal.